Los historiadores hablamos de
"transición" cuando nos referimos a un proceso que, durante un
periodo indeterminado de tiempo, lleva a profundos cambios en un sistema caduco
para su adaptación a los nuevos tiempos. Normalmente, estos cambios son consecuencia
del agotamiento de un sistema establecido, que a pesar de sus reformas no es
capaz de seguir sobreviviendo ya que está condenado a su muerte, y ve en la
transición un modelo para, sin romper con el pasado, poder evolucionar a algo
contemporáneo.
Llegado a este punto, alguno se
preguntará qué narices tiene que ver esto con Eurovisión y TVE. Pues mucho
porque, voluntariamente o no, Televisión Española ha iniciado una transición en
el apartado eurovisivo. Una transición forzada por las circunstancias, en las
que ya ha habido "bajas", pero que tiene un riesgo: puede ser
insuficiente. Para que la transición eurovisiva sea efectiva se tienen que
derrumbar progresivamente unos pilares, para que otros sean los que sustituyan
de manera efectiva a los hasta ahora presentes; si no, más que una transición
será una simple renovación, y continuaremos en las mismas que hasta ahora.
El primer paso está dado: poner
al frente de la delegación a una persona que cumpla un rol temporal,
encargándose de hacer una reforma en profundidad de Eurovisión TVE. Dado este
paso, ahora es el turno de iniciar una serie de cambios continuados pero
drásticos dentro de su campo que ayuden a que España recupere la senda de los
éxitos en el aclamado certamen de entretenimiento. Y yo lo primero que haría lo
tengo bastante claro…
Porque hay una cosa que están
haciendo muy bien en el fútbol: echar a los ultras. Pues en Eurovisión hay que
hacer lo mismo: quitarle cualquier privilegio a la gente de AEV y de OGAE
España. ¿Qué es eso de tener prioridad sobre el resto de eurofans? Ni
acreditaciones de fans (que tendrían que salir a concurso entre cualquier fan
que vaya a ver el festival), ni entradas para las preselecciones, ni otro tipo
de favorcitos que todos imaginamos (ejem canciones compuestas por el presidente
de cierto club de fans que se cuelan dentro de la pre con calzador a pesar de
que se dijo que solo podían ser elegidos internamente artistas con discográfica
ejem). Y, evidentemente, tal y como ha hecho Ana María Bordas, nada de
acreditaciones de prensa para fans, ni para chorriblogs que publican cuatro
noticias de mierda y automáticamente piden acreditación, ni webs que tienen
cuatro visitas y que solo se crean para poder conseguir una acreditación de
Eurovisión, no por informar. Exigir unos mínimos, nada de barra libre. Y si se
tienen que cabrear los cuatro eurofans rancios de turno, que se cabreen, pero
hay que acabar con la toxicidad eurofan que contamina las candidaturas
españolas.
El mamoneo con los compositores
de segunda (o de tercera, o de cuarta…) que se presentan a las preselecciones
eurovisivas se tiene que acabar. Yo, directamente, me negaría a coger canciones
de señores de Albacete (provincia de Suecia) que todos conocemos, de
compositores españoles de segunda regional que no tienen vida más allá de
Eurovisión, y de personajes que se creen compositores pero que lo único que
hacen es poner palabras aleatorias en un documento de Word. No necesitamos sus
composiciones propias del Caribe Mix 27 a.C. que no han podido colarle ni al
primer eliminado del casting de Operación Triunfo 2006. Que se las queden en su
casa, que no las necesitamos en el Festival de Eurovisión. Especialmente porque
han demostrado que solo saben colarnos descartes o composiciones de una calidad
muy dudosa. Porque si vamos a ganar o, aunque sea, a quedar medianamente bien,
tenemos que ir con cañones, no con pistolas de agua que ni siquiera funcionan.
Y para eso tienen que ser composiciones contemporáneas elaboradas con tiempo,
no pinos plantados en el señor Roca.
Que la excusa para no hacer
previo sea que Eurovisión “hace audiencia por sí solo” suena a un insulto a la
inteligencia. Especialmente porque los datos están ahí: Eurovisión ha perdido,
en 15 años, 50’6 puntos de audiencia y 8.263.000 espectadores. Alguno dirá que
es una comparativa tramposa por las peculiaridades del año de Rosa. Vale,
compro el argumento y voy a la comparativa fácil: 2015 Vs. 2016. En un año en
el que en toda Europa (salvo en el Reino Unido) subía la audiencia de
Eurovisión… ¿qué pasó en España? Batacazo: 9,5 puntos menos, y pérdida de 1.466.000
espectadores. Es lo que pasa cuando las expectativas son nulas y la promoción
es escasa en una Televisión Española en horas bajas. ¿Y qué decide hacer la
televisión pública? Relegar a su certamen estrella a un segundo plano, mientras
que la RAI, televisión de un país al que se la trae al pairo completamente el
Festival de Eurovisión como es Italia, decide hacer previas de dos horas antes
de… ¡las semifinales! Evidentemente, es que el Mutua Madrid Open es muy
importante, La 2 no existe, hay que potenciar la web… y más tonterías que nos
encontraremos de aquí al sábado 13.
TVE vive en un mundo paralelo en
el que maltratar al programa de entretenimiento que más audiencia le da es una
buena idea. En el que no se pueden hacer preselecciones de calidad porque
“primero la gente tiene que ver las mierdas estas que hacemos para poder hacer
algo bueno”. Por hacer el símil fácil: trabajas durante toda tu vida y ahorras
para comprarte un Ferrari. Y ahora que puedes comprártelo, te compras un SEAT,
que encima dejas en el garaje porque “lo mismo alguien lo roba”. Y tu vecino,
el pobre que solo puede permitirse un Dacia porque casi no llega a fin de mes,
se lo compra y lo luce orgulloso, porque además gusta bastante en el barrio. Y
queda con el vecino que tiene un Ferrari, con el que tiene un Volvo y con el
que tiene un Porsche, mientras que tú te quedas en tu casa, cada vez más solo,
porque ni quieres enseñar tu coche, ni quieres comprarte uno mejor, aunque
puedas. Pues así funciona Eurovisión en España: TVE es la vecina tonta, que
sigue pensando que es guay cuando en realidad es una marginada a la que nadie
quiere.
¿Y qué decir de la hasta ahora
responsable del Festival de Eurovisión en España? Toñi Prieto será auténtica,
verdad, fresca en la vida y todo lo que ella quiera, pero hay una verdad
irrefutable: Antonia no tiene ni idea de qué es Eurovisión. Ella sigue en los
tiempos de la OTI, en los que Francisco (al que tantearon para Destino
Eurovisión 2011) era “chachi pistachi”, en los que José Luis Moreno era el mejor
productor de galas musicales de este país, y en los que H&S y Garnier se
forraban de la caspa que había en los platós de Televisión Española. Una Toñi
Prieto que piensa en “Sábado sensacional” como modelo de gala musical perfecta,
y no en las enormes producciones televisivas que se realizan en toda Europa.
Una Toñi Prieto que cree que “entretenimiento de calidad” es el infumable
concurso “Jugando con las estrellas”, el programa de 1990 presentado por Javier
Cárdenas “Hora Punta”, o el que posiblemente sea el mejor programa de la
Historia de España: “El pueblo más divertido”. Una Toñi Prieto que piensa que
Europa no nos vota “porque no tenemos vecinos”, cuando Australia, que tiene
menos vecinos incluso, ha conseguido dos Top 5 consecutivos en sus dos primeras
participaciones. Una Toñi Prieto que se excusa en la falta de presupuesto,
cuando países con menos presupuesto como Bulgaria llevan infinitamente mayor
calidad que nosotros.
No, señores, no: austeridad no
implica cutrerío. Algo austero puede ser decente, siempre y cuando sea de
calidad. Todas y cada una de las producciones eurovisivas que han estado a
cargo de Toñi Prieto han sido cutres y han brillado por la ausencia de grandes
temas. Y, justamente, cuando apareció uno bueno, el ciclón Chikilicuatre le pasó
por encima. Toñi, si de verdad usted es “auténtica y verdad”, sea honesta
consigo misma y delegue en alguien que realmente sepa de qué va esto, que tenga
ganas de trabajar todo el año en esto, y que quiera hacer muy bien su trabajo.
Usted no vale, punto. No hay mayor discusión posible.
Pero esto no tiene que ser un
cambio de cromos, porque en Televisión Española hay otro gran problema, que se
extiende más allá del Festival de Eurovisión: la burocracia interna. ¿De qué
sirve tener a gente con ganas de hacerlo bien si luego se le pone el mínimo
obstáculo que impide que desarrolle adecuadamente su trabajo? Se me vienen a la
mente dos ejemplos: el primero, el del famoso “eslabón que lo complica todo” al
que hacía mención Barei; por otro, a algo que contó César Vallejo en EuroMag:
Aminata iba a venir a actuar a la gala del Eurocasting, y todo se truncó en el
último momento por un trámite interno. ¡Es absurdo!
Si queremos que el vuelo de las
candidaturas españolas cambie hacia arriba, y deje de caer en picado, se tiene
que designar a una persona que pueda disponer de plenos poderes para hacer y
deshacer a su antojo, reduciendo a la mínima expresión los absurdos trámites
burocráticos que dificultan todo. Que esa persona pueda empezar, desde mayo del
año anterior, a preparar la candidatura española, contando con el presupuesto
disponible de antemano simplemente para poder amoldarse a los recursos que
tenga. Que pueda trabajar tranquilamente en el Festival de Eurovisión,
centrándose exclusivamente en ello (como hacen Björkman en Suecia o Grassi en
Francia), y rodeándose de un equipo competente, que esté a la altura del
Festival. Como producto estrella de la cadena que es, el Festival exige de una
preparación anual, estable, con una metodología consolidada progresivamente.
Los vaivenes dificultan los buenos resultados, y es imprescindible libertad y
estabilidad para alcanzar los objetivos. Y, sobre todo, algo muy importante:
transparencia. Sobre los procesos de selección no puede recaer la duda, y
tienen que ser justos y claros para todas las partes implicadas.
Esta burocracia en muchos casos
premia al “amiguismo”, en el que salen beneficiadas las productoras de
“confianza” de la corporación. Porque sí, todos sabemos a qué dos productoras
me refiero: la que organiza lo de las caras sonantes y la de a tomar viento.
Pues, precisamente, yo las mandaba a tomar viento. Habrá alguno que diga que
no, que los de las caras son muy buenos, que con ellos nos fue muy bien a
principios de siglo… y yo les recordaría sus dos grandes éxitos en el Festival:
la preselección del 2011 y la actuación del 2015. Lo primero tiene mérito:
coger y destrozar el formato de preselección que había triunfado en Alemania es
digno de mención. En cambio, lo segundo no tiene tanto mérito: al menos las batamantas
estaban de moda.
En cuanto a los del agua y el
viento, sus grandes éxitos son el perfecto reflejo de la calidad de su trabajo:
en 2014, una sirena; en 2016, recaps en playback; en 2017, “me gusta
Eurovisión”. Estos elementos muestran una forma de hacer televisión propia de
los años de Aznar en el poder, que se ha quedado estancada ahí, y a la que solo
le falta la presencia de un desfile de moda para hacer realidad el esperado por
muchos Morenofestivalen. Cuando le encargas parte de la preselección a una
productora a la que se la suda Eurovisión y no sabe hacer programas de
entretenimiento, pues tenemos el resultado que tenemos, especialmente teniendo
en cuenta que parte de la producción la ponen ellos, mientras que la otra parte
la ponía TVE. La corporación se basta sola para hacer espacios decentes (véase
el Eurocasting, producción 100% RTVE), no hace falta llamar a terceros para que
chupen del bote haciendo auténticas porquerías de preselecciones.
Todo esto está muy bien, pero
ahora vamos a lo importante: los candidatos y sus propuestas. Hay que acabar
con ciertos clichés que varios idiotas se han encargado de fomentar. Por
ejemplo, que un candidato venga con discográfica es una extraordinaria noticia,
no una pésima noticia. Y ocurre lo mismo con un tema que suene en la radio: si
suena, es o porque gusta, o porque la discográfica tiene interés en
promocionarlo para que tenga éxito (algo habrán visto en él). Ver esto como
algo negativo, y luego quejarse de que las canciones de las preselecciones no
tienen éxito en el mercado, es bastante absurdo, ¿no? Si queremos que nos voten
en Eurovisión, tendremos que tener canciones que gusten al público en general.
Y ese es el gran problema de España, puesto que los dos Top 10 que hemos
logrado en esta década han sido gracias al jurado, pasando el televoto
olímpicamente de nuestras mediocres canciones.
Si queremos evitarnos casos como
el de Lucía Pérez, es simple: hay que evitar como sea la selección de artista y
tema por separado, porque nos podemos encontrar con un gran intérprete y una
pésima canción o viceversa. Es decir, que usar OT como preselección es una
cazurrada propia de ineptos, que necesitaría de siete milagros para que saliera
bien, sabiendo cómo funciona la industria en España, y cómo funcionó durante la
etapa OT-Eurovisión (que sí, que conseguimos tres Top 10, pero… ¿cuántas
canciones buenas había en esos festivales? ¿Dos? ¿Tres?). Y por eso
precisamente, para evitarnos casos como el de Edurne, si se hace un dedazo que
sea completo (artista y tema de forma conjunta), no parciales para que luego
nos planten un señor truño que no hay Dios que sea capaz de escucharlo, casos
como el de Beth en los que un buen tema se destroza cruelmente en vivo y en
directo. Hay que buscar conjuntos, no canciones o intérpretes, que luego pasa
lo que pasa: llevamos a Pastora Soler… con un truño. Y “es que el vecinismo…”,
cuando la realidad es que hizo un buen puesto en el jurado porque ella tiene un
chorro de voz, pero quedó horriblemente mal en el televoto porque la canción no
gustó. Simple y llanamente las canciones de España no gustan.
En parte, este también es un
problema del sector eurofan. TVE se ha amoldado a hacer preselecciones “para
los eurofans”, con divas de ventilador, petardadas con galletas sacadas de
Caribe Mix, la suecada de turno… porque lo único con lo que nos podemos
encontrar en una preselección española es con una retahíla de descartes de
otras preselecciones o canciones que no le han podido colocar a artistas
buenos, y que se sacan de un cajón, se desempolvan y se plantan a un artista
random para una preselección eurovisiva. A Eurovisión hay que ir a competir con
hits, canciones que puedan arrasar en listas de ventas. No hay que ir con lo
puesto. Por eso, insisto: hay que acabar con todo aquello que apeste a eurofan
o a eurovisivo, que solo sirve para apestar la basura.
Y también hay que acabar con la
contratación de ese elemento tóxico que es para el Festival cierto comentarista
con bigote, que no es capaz de escucharse ni la canción española antes de ir de
vacaciones al certamen, y en el mismo es incapaz de hacer unos buenos
comentarios. Si queremos que Eurovisión ofrezca una apariencia de modernidad,
no podemos poner a un señor de 75 años, que no tiene ningún tipo de ganas y que
solo va a pasearse y a disfrutar de unas vacaciones pagadas, al frente de la
retransmisión. En RTVE hay grandes profesionales, muchos de ellos expertos en
música, que harían un trabajo eficiente y de calidad. Apostemos por ellos. No
hace falta fichar a uno de fuera para que vaya a pasearse con su acreditación,
o que se bebe frasquitos de gel de baño que le dejan en la cabina de
comentaristas.
En resumen: Eurovisión TVE
necesita una transición hacia un modelo sostenible en el que prime la búsqueda
de una candidatura competitiva año tras año, rompiendo con lo que actualmente
tenemos en lo que destacan el cutrerío, la improvisación y el amiguismo. Es
hora de apostar de nuevo por Eurovisión.
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