domingo, 14 de mayo de 2017

Tres años para ganar Eurovisión

Ya os lo adelanto: no vamos a ganar Eurovisión en los próximos tres años. Sí, lo mismo me estoy aventurando demasiado con tal afirmación… pero es que los milagros, en Eurovisión, son muy escasos (Austria 2014 y poco más). Y sí, el título es puro clickbait: no tengo la receta para ganar Eurovisión. Ni yo, ni nadie. Pero lo que sí creo que tengo es un conjunto de soluciones para intentar recuperar Eurovisión en España.

No nos engañemos: Eurovisión está muriendo solamente en un país de la Europa del sur. Y ese país se llama España. En la anterior entrada (“La Transición eurovisiva”, que puedes leer aquí) señalaba los diversos males con los que cuenta Eurovisión en España. La labor de un historiador no es solo señalar lo que falla (para eso están los cotillas que se juntan en corralas), sino que tiene que buscar soluciones a estos problemas. Francamente, sé que esto lo van a leer cuatro, no va a llegar nunca a TVE, y si llega lo van a meter en el cajón “SPAM: eurofans”. Esto lo escribo por puro desahogo: si Portugal lo ha conseguido, ¿qué necesitamos nosotros para hacerlo?

Tal y como digo en el título, creo que son necesarios tres años de Eurotransición. Tres años en los que poder volver a generar un evento alrededor de Eurovisión, recuperar la confianza del sector musical y de la audiencia, y luchar de una vez por ganar. España no llega a los 100 puntos desde el año 1995 (ahora votan el doble de países y se reparten, además, puntuaciones de jurado y televoto por separado), ha conseguido la cifra de puntos más baja desde el año 1999 (entonces fue un punto, mientras que este año fueron cinco), y no superamos el puesto 10 desde el año… 2003. Evidentemente, algo falla desde hace décadas, todos sabemos qué es, y nadie le ha puesto solución. ¡Vamos a ello!

Lo que está claro es que para recuperar Eurovisión hay que ir a lo grande. Y cuando digo “a lo grande”, hablo de buscar candidaturas potentes tanto en lo musical como en lo mediático. En definitiva, darle un golpe de aire fresco a nuestra participación en el Festival. España lleva sin aportar algo relevante desde el año 2003, y todos sabemos cómo acabó eso. Por lo tanto, hay dos fórmulas: o llevar una estrella al Festival, o centrarse en llevar hits. Ambas fórmulas son válidas para recuperar la atención de la audiencia… pero solo una es efectiva a largo plazo: la segunda. Si queremos que en España se genere un evento sobre Eurovisión, hay que apostar por llevar candidaturas competitivas. Punto. No tiene más misterio. ¿Cómo conseguimos esto?

Lo primero es algo lógico, que se hace en todos aquellos países que van a competir a Eurovisión: independencia. Hay que acabar con la jerarquización de Eurovisión en un segundo plano, y con la burocracia que impide hacer y deshacer de forma competente y efectiva. Y eso se logra de una manera: creando la tan esperada Dirección de Eurovisión que se centre exclusivamente en el Festival. Y si nadie de la cadena vale para dirigir la candidatura española o nadie se atreve, habrá que llamar a alguien de fuera. Pero hay que poner a alguien competente, con ganas de trabajar y que se dedique en exclusiva al Festival, rodeándose de gente de confianza. Es un primer paso, pero es el primer gran paso para lograr que Eurovisión sea realmente lo que es en el 90% de los competidores del Festival: el mayor evento de la programación del canal en cuestión.

Lo segundo también es muy sencillo, aunque a Toñi Prieto no le entre en la cabeza: realizar la selección de temas en función de criterios puramente musicales. Es decir, que hacer un dedazo a X artista sin tema no sirve absolutamente de nada, porque lo mismo te planta “Euphoria” como te planta “Spirit of the Night”. Los dedazos tienen que ser completos, y tienen que estar planificados con tiempo. Es, por tanto, lógico que Televisión Española tenga que dedicar completamente el mes de junio a ponerse en contacto con discográficas, artistas, productores y compositores para convencerles de que presenten una candidatura para la elección interna. Gente de renombre en su estilo, que sea capaz de ofrecer una propuesta atractiva para el gran público. Por tanto, hay que centrarse en gente con un recorrido, para evitar llevarse sustos. Se dejaría un plazo amplio para que puedan trabajar con tranquilidad (hasta octubre-noviembre, por ejemplo), y a partir de ahí se empezaría a seleccionar la candidatura española. Y si Televisión Española tiene que ceder “parte del pastel” de los derechos del tema (que normalmente se queda) para incentivar la participación, que lo haga. Es una inversión a largo plazo.

¿Vetos? Por supuesto. Este es el primer punto polémico de esta entrada. Durante estos tres años hay que deshacerse de esos elementos tóxicos que solo han perjudicado la imagen del Festival, véase: compositores de segunda que solo viven de las preselecciones de Eurovisión y no han hecho más que plantarnos truños, productoras vendehúmos que por vendernos nos han vendido hasta una batamanta, cantantes de tres al cuarto que llevan años sin sacar una canción y por eso tienen que tirar mierda sobre el Festival (incluyo aquí a los “nisu”, cantantes a los que no conocen ni en su casa, y que solo buscan “famita wena” como sea -por ejemplo, cualquiera de los participantes de la próxima edición de OT-), eurofans que se creen compositores…

Romper con el pasado es no caer en los mismos errores. Me da igual si un cantante tal viene con una canción compuesta por suecos, y tiene pinta de ser un auténtico pelotazo. Volver a introducir esos elementos tóxicos en el sistema tiene consecuencias de cara al futuro, y es preferible mantener esta inversión de futuro y esperar a que el sistema eurovisivo se consolide, antes de lanzar las campanas al vuelo y que todo lo avanzado caiga en saco roto. Y esto lleva a otro punto polémico: los eurofans.

Soy eurofan. Y sé que solo somos tóxicos. O al menos es la imagen que tienen de nosotros: seres cuarentones que van a los festivales a pillarse pedos y a pitar al representante español. Y como yo no cumplo ninguno de esos tres estándares, creo que hay que hacer una purga. Una purga que, lógicamente, también tiene que verse reflejada en Televisión Española. Punto polémico número uno: pedirle a la organización del Festival la gestión de los packs de entradas para fans. Resumen: quitarle a OGAE España lo único por lo que todavía sigue en pie. ¿Por qué a esos packs solo puede acceder gente de los clubes de fans por pura “meritocracia”? En el fútbol, es la UEFA la que le da los packs de entradas al equipo en cuestión, y es el equipo el que los reparte como mejor le conviene. Pues eso mismo hay que hacer con Eurovisión: con el control de las entradas, tienes el control de los eurofans.
Esto también pasa con las acreditaciones. Punto polémico número dos: exigir carné de periodista a todos aquellos que quieran ir acreditados al certamen, además de un dossier detallado (y no cuatro páginas mal redactadas) con toda la propuesta de cobertura, méritos del medio, seguimiento previo del certamen… es decir, que el que vaya a Eurovisión tiene que demostrar que va a trabajar, y no a hacerse cuatro fotos para presumir en Facebook.

Y vamos con el punto polémico número tres: relegar a la web a un segundo plano, centrándola exclusivamente en el sector eurofan. Esta imagen que Televisión Española nos quiere vender de que “no, si esto lo hacemos para todos, queremos llegar a un público generalista” es un grave error. Una señora de Cuenca, con sus 60 años, no se va a meter en RTVE.es a ver el previo de Eurovisión. Y lo mismo para con un chaval de 20, que ve Eurovisión ocasionalmente, pero que prefiere estar jugando a videojuegos porque ya de por sí el nombre, “Spain Calling”, huele a rancio. Eurovisión tiene que volver a la televisión, que por algo es un certamen televisivo, y la atención debe centrarse en ella. Posteriormente explicaré cómo se tendría que desarrollar este apartado.

Tras la purga eurofan, volvemos a la candidatura. Llega noviembre y ya hemos recibido todas las candidaturas. La primera criba es sencilla: descalificación de todas aquellas canciones que incumplan las normas del Festival. Tras ello, habría que realizar una primera preclasificación entre canciones que potencialmente son competidoras para el Festival, las que pasarían desapercibidas a primera escucha, y las que directamente son un cuadro. Competidora, por cierto, no es “festivalera”: una canción competidora es “La revolución sexual” de La Casa Azul, mientras que una canción festivalera (y, dicho sea de paso, un cuadro), es “Contigo”. Esta primera clasificación no es vinculante, y serviría únicamente para facilitar el trabajo.

¿Y por qué no clasificar por estilos? Muy sencillo: cuando una canción es buena, da igual de qué estilo será porque la gente o los componentes del jurado la van a votar. El clasificarlas por géneros nos lleva a otro mal endémico de Televisión Española, y que no es otro que el clásico “esta canción vale para Eurovisión, esta no”. Es un mito absurdo, ya que las canciones buenas sí valen para Eurovisión, independientemente de su género, mientras que las canciones malas solo sirven para tirarlas a la basura. El no clasificar por estilos nos lleva a evitarnos prejuicios absurdos.

Una vez realizada esta primera clasificación, no vinculante como he dicho, es hora de ir haciendo catas entre expertos en la materia. Sin dar a conocer autores, ir testando entre los miembros de Radio 3, miembros de la Orquesta Sinfónica de RTVE, profesionales del sector musical e incluso entre profesionales de otras radios todas las canciones recibidas, para poder tener una visión de conjunto. Una vez finalizado este largo proceso, y una vez analizadas todas las impresiones, se procedería a la elección final. Si realmente el feedback recibido es bueno, tendremos 3 ó 4 canciones como mucho que puedan ser competitivas. Aquí ya sería cuestión de negociar con artistas, autores y discográfica para llegar a buen puerto, priorizando los intereses de la cadena: si dos canciones destacan de igual manera, pero una de ellas cuenta con un artista de renombre, lógicamente se debe priorizar esa opción para generar un mayor impacto.

Tenemos escogido al artista con su tema, con todo cerrado. ¿Qué hacemos? Anunciarlo a bombo y platillo. El representante de España tiene que ser conocido por España, y para ello hay que iniciar una intensa campaña de presentación. Lo primero es presentarlo: si Televisión Española no cuenta con programas en directo de destacada audiencia, habrá que buscar un evento que sí tenga suficiente audiencia (ya sea MasterChef, ya sea Cuéntame) y, al poco de empezar su emisión, hacer una pausa para presentar oficialmente el tema. Con esto te aseguras que un 15-20% de la audiencia conozca ya el tema, y no solo un 5% como en dedazos previos. Esto se haría a finales de febrero, para evitar una excesiva saturación del tema.

Esta campaña hay que extenderla por el resto de cadenas, consiguiendo que el representante español acuda a programas tipo El Hormiguero o La Voz, radiofórmulas, entrevistas… vamos, que esté hasta en la sopa, todo el mundo sepa quién es, y todo el mundo sea capaz de tararear el tema. Hay que evitar lo que ha pasado este año con Manel Navarro, que no solo ha sufrido ataques constantes por culpa de los cuatro tontos de turno, sino que también ha sido abandonado por Televisión Española (icónica la imagen de Manel solo en la rueda de prensa). Decisión de la discográfica y del artista será el realizar gira internacional, que tal y como sabemos solo sirve para coger rodaje porque puntos no da.

Si es el artista el que se va a “partir la cara” por España en Eurovisión, tienen que ser tanto él como su equipo los que tengan el poder de decisión, y no Televisión Española la que dirija la candidatura. Por tanto, hay que ofrecerles absoluta libertad, porque luego el que queda bien o mal es el artista, que es el que se juega su prestigio. Lógicamente la corporación pública tiene que intentar asesorarle para que sepa por dónde puede tirar (temas de logística, contacto con la televisión organizadora, normas del certamen, precedentes escénicos…), pero quedando limitada su presencia a un rol consultivo, nunca decisorio. Y hay que centrarse en lo importante: en Eurovisión no se hacen grandes cambios, hay que llevarlo todo bien atado de casa.

Y nos plantamos en Portugal. ¿Qué hacemos? TVE tiene que volcarse absolutamente con el Festival, ofreciendo una experiencia completa. ¿Por qué lo hace con el Madrid Open y no con Eurovisión? Así, una vez comiencen los ensayos, sería conveniente ofrecer un programa diario resumen de los mismos en La 2, para que la gente sepa que Eurovisión dura tres semanas. Esta cobertura se complementaría con información diaria en el Telediario, España Directo y La Mañana de La 1, con el objetivo de que la gente vaya adquiriendo cada vez más expectación por el Festival.

También es evidente que hay que subsanar otro de los grandes errores de este año: la ausencia de previo y post. Es más, yo daría un paso más y haría tanto previo en las semifinales (media hora) como en la final (dos horas), muy al estilo Fórmula 1 con conexiones permanentes con Portugal, entrevistas (en directo o pregrabadas), resumen de los artistas participantes, crónica de los ensayos y/o semifinales previas… lo que es generar un entusiasmo que, a día de hoy, el amigo Chema Íñigo no sabe generar. De hecho, da la sensación de que le ha contagiado el pesimismo a Julia Varela, muy errática este año. Vista la retransmisión de este año, Chema tiene que coger su maceta y marcharse junto a Julia, para apostar por dos locutores que consigan imprimir un ritmo más competitivo y emocionante al Festival. Y si pueden aportar un poco de humor en esos momentos muertos que tiene cada gala, pues mejor.

Esta cobertura habría que complementarla con la retransmisión de la Welcome Party en directo (ya sea a través de La 2 o de La 1, en función de las necesidades de la cadena), y con un post de una hora tras la final del Festival, con las primeras reacciones y analizando todo lo que ha dado de sí el evento. Y tras el certamen, no se puede ocultar el regreso a España de nuestro representante, por lo que hay que informar de su llegada, organizar rueda de prensa sí o sí, e invitarle a algún programa para que narre su experiencia.


Esta es mi propuesta para los próximos tres años, para poder llevar a cabo una reestructuración completa de Eurovisión en España: el primer año, renovación; el segundo año, cimentación; y el tercer año, consolidación. Una vez transcurridos estos tres años, tocará decidir si seguir apostando por elección interna y en qué condiciones, o si hay el suficiente interés como para poner en marcha una buena preselección que garantice luchar los siguientes años por el triunfo. ¿Qué os parece? Espero vuestros comentarios en la entrada, o a través tanto de @aetuiter como de @SuedisLeidi.

domingo, 7 de mayo de 2017

La Transición eurovisiva



Los historiadores hablamos de "transición" cuando nos referimos a un proceso que, durante un periodo indeterminado de tiempo, lleva a profundos cambios en un sistema caduco para su adaptación a los nuevos tiempos. Normalmente, estos cambios son consecuencia del agotamiento de un sistema establecido, que a pesar de sus reformas no es capaz de seguir sobreviviendo ya que está condenado a su muerte, y ve en la transición un modelo para, sin romper con el pasado, poder evolucionar a algo contemporáneo.

Llegado a este punto, alguno se preguntará qué narices tiene que ver esto con Eurovisión y TVE. Pues mucho porque, voluntariamente o no, Televisión Española ha iniciado una transición en el apartado eurovisivo. Una transición forzada por las circunstancias, en las que ya ha habido "bajas", pero que tiene un riesgo: puede ser insuficiente. Para que la transición eurovisiva sea efectiva se tienen que derrumbar progresivamente unos pilares, para que otros sean los que sustituyan de manera efectiva a los hasta ahora presentes; si no, más que una transición será una simple renovación, y continuaremos en las mismas que hasta ahora.

El primer paso está dado: poner al frente de la delegación a una persona que cumpla un rol temporal, encargándose de hacer una reforma en profundidad de Eurovisión TVE. Dado este paso, ahora es el turno de iniciar una serie de cambios continuados pero drásticos dentro de su campo que ayuden a que España recupere la senda de los éxitos en el aclamado certamen de entretenimiento. Y yo lo primero que haría lo tengo bastante claro…

Porque hay una cosa que están haciendo muy bien en el fútbol: echar a los ultras. Pues en Eurovisión hay que hacer lo mismo: quitarle cualquier privilegio a la gente de AEV y de OGAE España. ¿Qué es eso de tener prioridad sobre el resto de eurofans? Ni acreditaciones de fans (que tendrían que salir a concurso entre cualquier fan que vaya a ver el festival), ni entradas para las preselecciones, ni otro tipo de favorcitos que todos imaginamos (ejem canciones compuestas por el presidente de cierto club de fans que se cuelan dentro de la pre con calzador a pesar de que se dijo que solo podían ser elegidos internamente artistas con discográfica ejem). Y, evidentemente, tal y como ha hecho Ana María Bordas, nada de acreditaciones de prensa para fans, ni para chorriblogs que publican cuatro noticias de mierda y automáticamente piden acreditación, ni webs que tienen cuatro visitas y que solo se crean para poder conseguir una acreditación de Eurovisión, no por informar. Exigir unos mínimos, nada de barra libre. Y si se tienen que cabrear los cuatro eurofans rancios de turno, que se cabreen, pero hay que acabar con la toxicidad eurofan que contamina las candidaturas españolas.

El mamoneo con los compositores de segunda (o de tercera, o de cuarta…) que se presentan a las preselecciones eurovisivas se tiene que acabar. Yo, directamente, me negaría a coger canciones de señores de Albacete (provincia de Suecia) que todos conocemos, de compositores españoles de segunda regional que no tienen vida más allá de Eurovisión, y de personajes que se creen compositores pero que lo único que hacen es poner palabras aleatorias en un documento de Word. No necesitamos sus composiciones propias del Caribe Mix 27 a.C. que no han podido colarle ni al primer eliminado del casting de Operación Triunfo 2006. Que se las queden en su casa, que no las necesitamos en el Festival de Eurovisión. Especialmente porque han demostrado que solo saben colarnos descartes o composiciones de una calidad muy dudosa. Porque si vamos a ganar o, aunque sea, a quedar medianamente bien, tenemos que ir con cañones, no con pistolas de agua que ni siquiera funcionan. Y para eso tienen que ser composiciones contemporáneas elaboradas con tiempo, no pinos plantados en el señor Roca.

Que la excusa para no hacer previo sea que Eurovisión “hace audiencia por sí solo” suena a un insulto a la inteligencia. Especialmente porque los datos están ahí: Eurovisión ha perdido, en 15 años, 50’6 puntos de audiencia y 8.263.000 espectadores. Alguno dirá que es una comparativa tramposa por las peculiaridades del año de Rosa. Vale, compro el argumento y voy a la comparativa fácil: 2015 Vs. 2016. En un año en el que en toda Europa (salvo en el Reino Unido) subía la audiencia de Eurovisión… ¿qué pasó en España? Batacazo: 9,5 puntos menos, y pérdida de 1.466.000 espectadores. Es lo que pasa cuando las expectativas son nulas y la promoción es escasa en una Televisión Española en horas bajas. ¿Y qué decide hacer la televisión pública? Relegar a su certamen estrella a un segundo plano, mientras que la RAI, televisión de un país al que se la trae al pairo completamente el Festival de Eurovisión como es Italia, decide hacer previas de dos horas antes de… ¡las semifinales! Evidentemente, es que el Mutua Madrid Open es muy importante, La 2 no existe, hay que potenciar la web… y más tonterías que nos encontraremos de aquí al sábado 13.

TVE vive en un mundo paralelo en el que maltratar al programa de entretenimiento que más audiencia le da es una buena idea. En el que no se pueden hacer preselecciones de calidad porque “primero la gente tiene que ver las mierdas estas que hacemos para poder hacer algo bueno”. Por hacer el símil fácil: trabajas durante toda tu vida y ahorras para comprarte un Ferrari. Y ahora que puedes comprártelo, te compras un SEAT, que encima dejas en el garaje porque “lo mismo alguien lo roba”. Y tu vecino, el pobre que solo puede permitirse un Dacia porque casi no llega a fin de mes, se lo compra y lo luce orgulloso, porque además gusta bastante en el barrio. Y queda con el vecino que tiene un Ferrari, con el que tiene un Volvo y con el que tiene un Porsche, mientras que tú te quedas en tu casa, cada vez más solo, porque ni quieres enseñar tu coche, ni quieres comprarte uno mejor, aunque puedas. Pues así funciona Eurovisión en España: TVE es la vecina tonta, que sigue pensando que es guay cuando en realidad es una marginada a la que nadie quiere.

¿Y qué decir de la hasta ahora responsable del Festival de Eurovisión en España? Toñi Prieto será auténtica, verdad, fresca en la vida y todo lo que ella quiera, pero hay una verdad irrefutable: Antonia no tiene ni idea de qué es Eurovisión. Ella sigue en los tiempos de la OTI, en los que Francisco (al que tantearon para Destino Eurovisión 2011) era “chachi pistachi”, en los que José Luis Moreno era el mejor productor de galas musicales de este país, y en los que H&S y Garnier se forraban de la caspa que había en los platós de Televisión Española. Una Toñi Prieto que piensa en “Sábado sensacional” como modelo de gala musical perfecta, y no en las enormes producciones televisivas que se realizan en toda Europa. Una Toñi Prieto que cree que “entretenimiento de calidad” es el infumable concurso “Jugando con las estrellas”, el programa de 1990 presentado por Javier Cárdenas “Hora Punta”, o el que posiblemente sea el mejor programa de la Historia de España: “El pueblo más divertido”. Una Toñi Prieto que piensa que Europa no nos vota “porque no tenemos vecinos”, cuando Australia, que tiene menos vecinos incluso, ha conseguido dos Top 5 consecutivos en sus dos primeras participaciones. Una Toñi Prieto que se excusa en la falta de presupuesto, cuando países con menos presupuesto como Bulgaria llevan infinitamente mayor calidad que nosotros.

No, señores, no: austeridad no implica cutrerío. Algo austero puede ser decente, siempre y cuando sea de calidad. Todas y cada una de las producciones eurovisivas que han estado a cargo de Toñi Prieto han sido cutres y han brillado por la ausencia de grandes temas. Y, justamente, cuando apareció uno bueno, el ciclón Chikilicuatre le pasó por encima. Toñi, si de verdad usted es “auténtica y verdad”, sea honesta consigo misma y delegue en alguien que realmente sepa de qué va esto, que tenga ganas de trabajar todo el año en esto, y que quiera hacer muy bien su trabajo. Usted no vale, punto. No hay mayor discusión posible.

Pero esto no tiene que ser un cambio de cromos, porque en Televisión Española hay otro gran problema, que se extiende más allá del Festival de Eurovisión: la burocracia interna. ¿De qué sirve tener a gente con ganas de hacerlo bien si luego se le pone el mínimo obstáculo que impide que desarrolle adecuadamente su trabajo? Se me vienen a la mente dos ejemplos: el primero, el del famoso “eslabón que lo complica todo” al que hacía mención Barei; por otro, a algo que contó César Vallejo en EuroMag: Aminata iba a venir a actuar a la gala del Eurocasting, y todo se truncó en el último momento por un trámite interno. ¡Es absurdo!

Si queremos que el vuelo de las candidaturas españolas cambie hacia arriba, y deje de caer en picado, se tiene que designar a una persona que pueda disponer de plenos poderes para hacer y deshacer a su antojo, reduciendo a la mínima expresión los absurdos trámites burocráticos que dificultan todo. Que esa persona pueda empezar, desde mayo del año anterior, a preparar la candidatura española, contando con el presupuesto disponible de antemano simplemente para poder amoldarse a los recursos que tenga. Que pueda trabajar tranquilamente en el Festival de Eurovisión, centrándose exclusivamente en ello (como hacen Björkman en Suecia o Grassi en Francia), y rodeándose de un equipo competente, que esté a la altura del Festival. Como producto estrella de la cadena que es, el Festival exige de una preparación anual, estable, con una metodología consolidada progresivamente. Los vaivenes dificultan los buenos resultados, y es imprescindible libertad y estabilidad para alcanzar los objetivos. Y, sobre todo, algo muy importante: transparencia. Sobre los procesos de selección no puede recaer la duda, y tienen que ser justos y claros para todas las partes implicadas.

Esta burocracia en muchos casos premia al “amiguismo”, en el que salen beneficiadas las productoras de “confianza” de la corporación. Porque sí, todos sabemos a qué dos productoras me refiero: la que organiza lo de las caras sonantes y la de a tomar viento. Pues, precisamente, yo las mandaba a tomar viento. Habrá alguno que diga que no, que los de las caras son muy buenos, que con ellos nos fue muy bien a principios de siglo… y yo les recordaría sus dos grandes éxitos en el Festival: la preselección del 2011 y la actuación del 2015. Lo primero tiene mérito: coger y destrozar el formato de preselección que había triunfado en Alemania es digno de mención. En cambio, lo segundo no tiene tanto mérito: al menos las batamantas estaban de moda.

En cuanto a los del agua y el viento, sus grandes éxitos son el perfecto reflejo de la calidad de su trabajo: en 2014, una sirena; en 2016, recaps en playback; en 2017, “me gusta Eurovisión”. Estos elementos muestran una forma de hacer televisión propia de los años de Aznar en el poder, que se ha quedado estancada ahí, y a la que solo le falta la presencia de un desfile de moda para hacer realidad el esperado por muchos Morenofestivalen. Cuando le encargas parte de la preselección a una productora a la que se la suda Eurovisión y no sabe hacer programas de entretenimiento, pues tenemos el resultado que tenemos, especialmente teniendo en cuenta que parte de la producción la ponen ellos, mientras que la otra parte la ponía TVE. La corporación se basta sola para hacer espacios decentes (véase el Eurocasting, producción 100% RTVE), no hace falta llamar a terceros para que chupen del bote haciendo auténticas porquerías de preselecciones.

Todo esto está muy bien, pero ahora vamos a lo importante: los candidatos y sus propuestas. Hay que acabar con ciertos clichés que varios idiotas se han encargado de fomentar. Por ejemplo, que un candidato venga con discográfica es una extraordinaria noticia, no una pésima noticia. Y ocurre lo mismo con un tema que suene en la radio: si suena, es o porque gusta, o porque la discográfica tiene interés en promocionarlo para que tenga éxito (algo habrán visto en él). Ver esto como algo negativo, y luego quejarse de que las canciones de las preselecciones no tienen éxito en el mercado, es bastante absurdo, ¿no? Si queremos que nos voten en Eurovisión, tendremos que tener canciones que gusten al público en general. Y ese es el gran problema de España, puesto que los dos Top 10 que hemos logrado en esta década han sido gracias al jurado, pasando el televoto olímpicamente de nuestras mediocres canciones.

Si queremos evitarnos casos como el de Lucía Pérez, es simple: hay que evitar como sea la selección de artista y tema por separado, porque nos podemos encontrar con un gran intérprete y una pésima canción o viceversa. Es decir, que usar OT como preselección es una cazurrada propia de ineptos, que necesitaría de siete milagros para que saliera bien, sabiendo cómo funciona la industria en España, y cómo funcionó durante la etapa OT-Eurovisión (que sí, que conseguimos tres Top 10, pero… ¿cuántas canciones buenas había en esos festivales? ¿Dos? ¿Tres?). Y por eso precisamente, para evitarnos casos como el de Edurne, si se hace un dedazo que sea completo (artista y tema de forma conjunta), no parciales para que luego nos planten un señor truño que no hay Dios que sea capaz de escucharlo, casos como el de Beth en los que un buen tema se destroza cruelmente en vivo y en directo. Hay que buscar conjuntos, no canciones o intérpretes, que luego pasa lo que pasa: llevamos a Pastora Soler… con un truño. Y “es que el vecinismo…”, cuando la realidad es que hizo un buen puesto en el jurado porque ella tiene un chorro de voz, pero quedó horriblemente mal en el televoto porque la canción no gustó. Simple y llanamente las canciones de España no gustan.

En parte, este también es un problema del sector eurofan. TVE se ha amoldado a hacer preselecciones “para los eurofans”, con divas de ventilador, petardadas con galletas sacadas de Caribe Mix, la suecada de turno… porque lo único con lo que nos podemos encontrar en una preselección española es con una retahíla de descartes de otras preselecciones o canciones que no le han podido colocar a artistas buenos, y que se sacan de un cajón, se desempolvan y se plantan a un artista random para una preselección eurovisiva. A Eurovisión hay que ir a competir con hits, canciones que puedan arrasar en listas de ventas. No hay que ir con lo puesto. Por eso, insisto: hay que acabar con todo aquello que apeste a eurofan o a eurovisivo, que solo sirve para apestar la basura.

Y también hay que acabar con la contratación de ese elemento tóxico que es para el Festival cierto comentarista con bigote, que no es capaz de escucharse ni la canción española antes de ir de vacaciones al certamen, y en el mismo es incapaz de hacer unos buenos comentarios. Si queremos que Eurovisión ofrezca una apariencia de modernidad, no podemos poner a un señor de 75 años, que no tiene ningún tipo de ganas y que solo va a pasearse y a disfrutar de unas vacaciones pagadas, al frente de la retransmisión. En RTVE hay grandes profesionales, muchos de ellos expertos en música, que harían un trabajo eficiente y de calidad. Apostemos por ellos. No hace falta fichar a uno de fuera para que vaya a pasearse con su acreditación, o que se bebe frasquitos de gel de baño que le dejan en la cabina de comentaristas.


En resumen: Eurovisión TVE necesita una transición hacia un modelo sostenible en el que prime la búsqueda de una candidatura competitiva año tras año, rompiendo con lo que actualmente tenemos en lo que destacan el cutrerío, la improvisación y el amiguismo. Es hora de apostar de nuevo por Eurovisión.